jueves, 14 de febrero de 2013

Santo Vía Crucis

Le invitamos a participar en el Vía Crucis en el cerrito de la Virgen del Carmen, todos los viernes de Cuaresma, a las 7:00 de la noche.
El viernes de Dolores, Vía Crucis con la imagen de la Santísima Virgen.


El Vía Crucis -en español el Camino de la Cruz- es un ejercicio de piedad cristiana que consiste en acompañar devotamente a Jesús que con la cruz a cuestas sube al Calvario para ser allí crucificado. Se compone de 14 estaciones (paradas) que empiezan con la condena a muerte de Jesús de parte de Pilato y terminan en el Calvario con la sepultura del Crucuficado. En cada una de las estaciones se recuerda por separado un momento específico de la Vía Dolorosa del Señor Jesús.

Nueve de estos momentos tienen su fundamento histórico en la autoridad de los evangelios, los demás son fruto de la tradición y la piedad cristiana: las tres caídas y los encuentros de Jesús con su madre María y la Verónica.
El Vía Crucis fue practicado desde la antigüedad por los peregrinos cristianos de visita a Jerusalén, que empezando de la fortaleza Antonia donde residía Pilato cuando condenó a muerte a Jesús, subían hasta el Calvario por un camino largo de unos 700 metros.

Este camino, conocido hoy como la "Vía real de la Cruz", sigue siendo piadosamente recorrido por los Frailes Franciscanos, celosos guardianes de los santuarios de Tierra Santa, los cristianos de Palestina y los peregrinos que de todas partes del mundo visitan la ciudad santa de Jerusalén.

Desde su lugar de origen, el Vía Crucis fue introducido (siglo XV-XVI) en los países europeos y luego propagado en todo el mundo católico. En Guatemala la difusión del Vía Crucis se debe particularmente a los misioneros Franciscanos y al Santo Hermano Pedro, Franciscano Terciario.

Participando en la celebración del Vía Crucis, los cristianos acompañamos espiritualmente a Jesús que carga la cruz en un camino de pasión que lo lleva a la muerte en el calvario, pedimos humildemente perdón a Dios por nuestras faltas y los pecados del mundo entero y, al querer, podemos sufragar a las almas benditas de nuestros difuntos que han muerto en el Señor.

Fray Bruno R. Frison, ofm.

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